El tiempo se prende al mármol como la estela de un recuerdo se dibuja en la mente. Los sitios pasan tal cual las voces y sus lenguas, los olores de la vida, el adiós o el amor que estuvo a nuestro lado en el mismo tren.

sábado, 28 de abril de 2012

Mirando hacia el sur (A modo de ensayo)

Alguna vez inventé una ciudad, la hice mía en la templanza del tiempo que se volvía lejano, pero intensamente vivo. La fui madurando en el recuerdo y la soledad de un barco mitad río, mitad mar, pequeño entre los grandes, inmenso para mi fantasía de corsario mediterráneo.
Un día, y detrás muchos días más, ya sin colores si es que el gris y el oscuro no lo son, embebí mi lengua de nostalgia y de allí supe cual era el rostro de la melancolía.
El pueblo se agrandaba sin pausa en los 50' de la escuela de la Señorita Cornelia, del "Club de Niños Pintores" del maestro Fernández,  la gimnasia del profesor Sen y los trabajos prácticos del "gallego" Maestro con su carpintería, que ya pensaba en un cuerpo de  bomberos. Retumbaba el machacar de los martillos y las maldiciones demoliendo un  busto en la avenida, por revanchas políticas. Cayó Perón, decían los humildes con tristeza mientras los de la piqueta celebraban. Yo andaba mi alegría adolescente a bordo de una bicicleta con ruedas gordas repartiendo remedios para Don Enrique, el hijo del barraquero Hudler. 
Iba silbando por las veredas y las calles de tierra cuando las distancias parecían extremas. Caminitos de gramilla al costado, patios con tejidos en rombo en vez de tapiales ciegos, vecinos conversando sin la espada del reloj sobresaltando sus pensamientos, mate en mano, aligerando los conflictos del país y de un mundo en chancletas y camiseta.  (JLR)