El tiempo se prende al mármol como la estela de un recuerdo se dibuja en la mente. Los sitios pasan tal cual las voces y sus lenguas, los olores de la vida, el adiós o el amor que estuvo a nuestro lado en el mismo tren.

lunes, 30 de julio de 2012

“Beleto” Magna (a modo de ensayo)





El alma de un niño suele guardar aquellos nombres que en los primeros tiempos de la vida le impresionan. Y hace de estas figuras recogidas con el esmero de la infancia, una legión de héroes que no olvidará mientras viva. Pedro Magna, o “Beleto”, como se lo conoció en nuestro barrio popular, fue  jugador de Sportivo, miembro de una familia esperancina que nutrió al “zanjonero”, cada uno a su tiempo, con tres hermanos que vistieron la tradicional camiseta negra y blanca.
“Beleto”, “Cabezón” y “Gallo”, apodos que dejaron lejos sus nombres propios,  entregaron sus condiciones a pleno corazón, sin pensar más allá de que jugaban para su gente, y en eso empeñaron tanta nobleza. Quizás con Pedro se fue una parte importante de la historia de un club que todavía no ha escrito su gran libro. El libro que yo, como parte de algunas de sus páginas menores, le adeudo.                        (Fotografía y texto de José López Romero)

viernes, 13 de julio de 2012

Pensar cada día (a modo de ensayo)




Hace demasiado frío esta noche, pensó Julián mientras trataba de llegar a su casa más o menos temprano. En el camino vería a unos chicos apretujados en un rincón compartiendo algo que pasaban de mano en mano a escondidas. El semáforo le dio paso y el episodio quedó atrás como otras veces. El trayecto de regreso luego de su trabajo en el centro de la ciudad, le era rutinario. La cantidad de gente que como él volvía a sus hogares se multiplicaba, un calco de cada jornada. Atardecía rápidamente y recordó que sus hijos habían pedido ir al shoping a ver el nuevo estreno de Harry Potter. No había hecho reservas de entradas y supuso que acceder a cualquiera de las funciones sería engorroso. De todas maneras es viernes -se dijo- tengo sábado libre y dispondremos de tiempo para conseguir ver la película. 
Una sirena insistente y presurosa pedía paso detrás suyo. Desvió a un costado su vehículo y una ambulancia lo sobrepasó rumbo a su emergencia. De pronto el tránsito se fue haciendo lento y en seguida un semáforo lo detuvo. Unos muchachitos aparecieron de la nada, era usual, incluso una niña muy bonita y desgreñada, en conjunto pusieron en movimiento un “show” de malabares y tragafuegos que no a todos los conductores agradaba. A Julián también le caía mal esta historia repetida de “mangazos”, cuando no un “piquete” con la mala idea de las cubiertas incendiadas. Reflexionaba al tiempo que mecánicamente estiró su mano con dos monedas ya preparadas para momentos similares. Luego vendrán los “limpiavidrios” con sus trapos mugrientos - se dijo - Otra vez el ademán  de buscar en la gaveta, bajar el cristal, rozar una mano en cuenca, jamás escrupulosamente limpia como la suya.
Adelante habría un taponamiento, supuso, ya que el tránsito se detuvo literalmente. Nadie avanzaba y así, un número inusitado de automovilistas quedó a “merced” de una nube de mendicantes. Era como una oferta del destino este embotellamiento vehicular obligado que recibió un “topetazo” de miseria urbana. El fastidio y algunos pedidos de auxilio fue una cronología penosa que nadie quería presenciar. Quienes interactuaban cumplían los roles que una sociedad hipócrita y desproporcionada les brindaba. Todos en su distinta calidad humana, con sus propios intereses a cuesta, parias o bendecidos. Después de largos minutos la congestión del tránsito comenzó a ceder. La caravana aunque lenta ya no se detuvo, casi era de noche. A paso de hombre los vehículos cruzaron por el punto de la interrupción en la calle. Allí estaba la ambulancia todavía y los camilleros levantaban cuerpos inanimados. Un par de autos y una escena atroz como sangrienta se revelaba a la luz de potentes reflectores. Aquél cuadro con su sonido de llantos, expresiones desesperadas y otras solidarias, también quedó atrás. Este dolor urbano mañana sería titular sensacionalista de noticieros y diarios.
Julián atravesó el portero eléctrico del edificio donde vivía y aquellas contrariedades ya no pesaban en su mente. Acostumbraba a borrar de sí las cosas que no lo involucraban. “Eso lo tienen que arreglar los políticos”, caviló desde su convicción. Cenaremos afuera, dijo en voz alta mientras marchaba a bañarse. Sus hijos jugaban por internet y su esposa conversaba por el celular. 
En el pasillo al salir del  baño, miró de reojo una foto grupal tan lejana que le pareció ajena. Se buscó en esa imagen olvidada y allí estaba. Apenas diez años, con uniforme scout, el tradicional pañuelo azul al cuello, mochila de lona verde y dos dedos juntos en señal de “siempre listo”.
Esto fue una cachetada a su fría indiferencia de todos los días, y esa promesa de la niñez de servir a los semejantes, una fidelidad oscurecida por el radiante  apego material de tantos años. Esa noche, Julián convenció a los suyos de quedarse en casa. Juntos desenchufaron los aparatos, jugaron al baúl de los sueños y recuerdos y hablaron un poco de la vida.

                                                                                               Por José López Romero

miércoles, 4 de julio de 2012

La última cruz del hombre (a modo de ensayo)






Apagué el televisor y quedé pensando en soledad. Las palabras de un amigo se habían grabado en mi conciencia cuando dijo; "No tenés que hilar demasiado fino, porque a nadie le interesa y te dejan solo". Era bien caída la tarde del martes cuando hablábamos en su vereda alfombrada de hojas secas, de aquellas cosas que no se manifiestan con cualquiera. No sé por qué, encadené estas reflexiones en el día que Judas traicionara a Jesús. Mi escasa práctica religiosa había olvidado estos detalles litúrgicos, pero me ilustró por casualidad, una publicación que leí al pasar. Tenía que escribir, intentando sacudir de mis oídos la superficial preocupación de un locutor, irritado ante el precio de los tradicionales chocolates de Pascua. Por asociación repentina, pensé en las "barritas" que los soldados invasores en Irak, estiraban hacia los niños temerosos pero hambrientos, a los costados del camino para ganar hipócritamente su amistad. Momentos antes habían ametrallado a diestra y siniestra, tal vez a sus padres, a sus hermanos, parientes o vecinos, dejando a su paso cadáveres humeantes y despedazados. La visión de esta catástrofe no era algo nuevo, lo recordaba de las películas de la segunda guerra, una de las tantas escenas que habremos consumido de niños en los cines. Soldados "USA" encima de sus carros de combate recibiendo el agradecimiento "entre comillas", de los pueblos liberados. Las sonrisas sembradas a fuego y cosechadas entre escombros y sangre. Recordé también la insistencia para que mi padre me construyera una ametralladora de madera con una banda elástica que tirara bolitas de paraíso. Los juegos de guerra en el baldío, las granadas de cascote de tierra, las trincheras en la cuneta. Nuestras batallas sin heridos ni muertos porque nadie quería morir. "¡Mentira, no me mataste!" - y quien ganaba la discusión seguía jugando a la inocente simulación de asesinar. Un día, un cascote de ladrillo le reventó uno de sus ojos al hijo del bicicletero del barrio. Aquello fue casi un duelo que nos mantuvo en casa temerosos, pero no nos olvidamos de los juegos bélicos y una semana después, volvimos a "guerrear" sin pesares. No sé si tendrá un significado esta contradicción, pero marca una constante de la vida, el hombre no es capaz de su última cruz. Vuelvo a las impresiones de la guerra, lo que inspirara estas líneas atropelladas y confusas. Hay poderes sin límites hasta hoy, que dominan, y mercaderes para financiar las desgracias más atroces, y como si ya no fuera suficiente, intentan diseminarlas en el espacio, fuera del planeta, aunque todavía con barreras. Son los mismos mezquinos intereses que permiten silenciosas y letales contaminaciones en nombre y beneficio de todos. 
Aún sigo contando de nuestra gente, de las pequeñas historias de todos los días, sencillos párrafos descubridores de lo bueno que guardamos de la convivencia. Posiblemente me haya equivocado en tocar un tema terrible y triste, que hoy está lejos, pero que nos incumbe si nos consideramos plenamente humanos. Mi deletreo filosófico es inadecuado para descifrar el triunfo del dolor, las banderas de la paz y la libertad ondeando con soberbia de misiles y bombas inteligentes. No alcanza tampoco para entender el mensaje de quien aniquila sin misericordia, en nombre de Dios. Razón, inteligencia y derecho, son patrimonios que se arrogan los dueños de la fuerza, los Goliat del mundo. La crucifixión de tantos Cristos urbanos, es la muerte en directo por una pantalla a todo color;  la tecnología para el progreso del miedo; los pueblos en lágrimas; sus niños mutilados; su cultura pisoteada, demolida con insania. Jesús de Nazaret podría haber tenido la apariencia de cualquiera de estos hombres del Medio Oriente. Vestía ropas parecidas, calzaba zandalias y caminó el desierto por las mismas arenas de Bagdad. Allí con esta gente, sufre en cada agonía de guerra otra vez el Calvario.

                                           por José López Romero