El tiempo se prende al mármol como la estela de un recuerdo se dibuja en la mente. Los sitios pasan tal cual las voces y sus lenguas, los olores de la vida, el adiós o el amor que estuvo a nuestro lado en el mismo tren.

viernes, 13 de julio de 2012

Pensar cada día (a modo de ensayo)




Hace demasiado frío esta noche, pensó Julián mientras trataba de llegar a su casa más o menos temprano. En el camino vería a unos chicos apretujados en un rincón compartiendo algo que pasaban de mano en mano a escondidas. El semáforo le dio paso y el episodio quedó atrás como otras veces. El trayecto de regreso luego de su trabajo en el centro de la ciudad, le era rutinario. La cantidad de gente que como él volvía a sus hogares se multiplicaba, un calco de cada jornada. Atardecía rápidamente y recordó que sus hijos habían pedido ir al shoping a ver el nuevo estreno de Harry Potter. No había hecho reservas de entradas y supuso que acceder a cualquiera de las funciones sería engorroso. De todas maneras es viernes -se dijo- tengo sábado libre y dispondremos de tiempo para conseguir ver la película. 
Una sirena insistente y presurosa pedía paso detrás suyo. Desvió a un costado su vehículo y una ambulancia lo sobrepasó rumbo a su emergencia. De pronto el tránsito se fue haciendo lento y en seguida un semáforo lo detuvo. Unos muchachitos aparecieron de la nada, era usual, incluso una niña muy bonita y desgreñada, en conjunto pusieron en movimiento un “show” de malabares y tragafuegos que no a todos los conductores agradaba. A Julián también le caía mal esta historia repetida de “mangazos”, cuando no un “piquete” con la mala idea de las cubiertas incendiadas. Reflexionaba al tiempo que mecánicamente estiró su mano con dos monedas ya preparadas para momentos similares. Luego vendrán los “limpiavidrios” con sus trapos mugrientos - se dijo - Otra vez el ademán  de buscar en la gaveta, bajar el cristal, rozar una mano en cuenca, jamás escrupulosamente limpia como la suya.
Adelante habría un taponamiento, supuso, ya que el tránsito se detuvo literalmente. Nadie avanzaba y así, un número inusitado de automovilistas quedó a “merced” de una nube de mendicantes. Era como una oferta del destino este embotellamiento vehicular obligado que recibió un “topetazo” de miseria urbana. El fastidio y algunos pedidos de auxilio fue una cronología penosa que nadie quería presenciar. Quienes interactuaban cumplían los roles que una sociedad hipócrita y desproporcionada les brindaba. Todos en su distinta calidad humana, con sus propios intereses a cuesta, parias o bendecidos. Después de largos minutos la congestión del tránsito comenzó a ceder. La caravana aunque lenta ya no se detuvo, casi era de noche. A paso de hombre los vehículos cruzaron por el punto de la interrupción en la calle. Allí estaba la ambulancia todavía y los camilleros levantaban cuerpos inanimados. Un par de autos y una escena atroz como sangrienta se revelaba a la luz de potentes reflectores. Aquél cuadro con su sonido de llantos, expresiones desesperadas y otras solidarias, también quedó atrás. Este dolor urbano mañana sería titular sensacionalista de noticieros y diarios.
Julián atravesó el portero eléctrico del edificio donde vivía y aquellas contrariedades ya no pesaban en su mente. Acostumbraba a borrar de sí las cosas que no lo involucraban. “Eso lo tienen que arreglar los políticos”, caviló desde su convicción. Cenaremos afuera, dijo en voz alta mientras marchaba a bañarse. Sus hijos jugaban por internet y su esposa conversaba por el celular. 
En el pasillo al salir del  baño, miró de reojo una foto grupal tan lejana que le pareció ajena. Se buscó en esa imagen olvidada y allí estaba. Apenas diez años, con uniforme scout, el tradicional pañuelo azul al cuello, mochila de lona verde y dos dedos juntos en señal de “siempre listo”.
Esto fue una cachetada a su fría indiferencia de todos los días, y esa promesa de la niñez de servir a los semejantes, una fidelidad oscurecida por el radiante  apego material de tantos años. Esa noche, Julián convenció a los suyos de quedarse en casa. Juntos desenchufaron los aparatos, jugaron al baúl de los sueños y recuerdos y hablaron un poco de la vida.

                                                                                               Por José López Romero

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